Cómo será la educación de tu hijo cuando le tienes miedo a ser rechazado

Todas las personas, adultos y niños, tenemos una necesidad innata y natural de ser amados y valorados. Todos necesitamos pertenecer, tener vínculos sociales y redes de apoyo. En algunos adultos, vemos mucho más latente esta necesidad de ser amados, de ser aceptados y de caer bien; que por lo general viene dado por inseguridades, baja autoestima, por el estilo de crianza de sus propios padres y, principalmente, por no notar su valor propio sino esperar que este lo determinen los demás.

 

En el artículo de hoy veremos cómo este tipo de personalidad de los padres, con sed de ser amados y aceptados, influye negativamente en la crianza de los hijos en:

1) La falta de capacidad para poner límites claros

2) El miedo al conflicto o a las diferencias de opiniones.

 

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1. Falta de capacidad para poner límites claros

 

Cuando los padres tienen una falta de conciencia de su valor como individuos y viven con miedo de que los demás los desaprueben, su interacción con los hijos deja de basarse en lo que el niño verdaderamente necesita y se empieza a centrar en la necesidad del adulto de ser amado y de caer bien. Estos padres tienden a tomar decisiones que alivian su hueco emocional, pero que no corresponden a lo que el niño requiere para su crecimiento personal.

 

Todos los que son padres saben que a veces su labor es bastante “indeseada” para los niños: hay que poner límites, decir NO, poner castigos o consecuencias ante sus errores, sacrificar momentos de diversión por un beneficio mayor, o motivarlos por su bien a hacer cosas que no desearían hacer. Una madre y un padre deben tener los pies bien firmes sobre la tierra, sus objetivos de educación muy claros y su valor como personas lo bastante sólido como para poder llevar a cabo estas labores de la paternidad sin titubear. A nadie le gusta que sus hijos lo vean como el malo del paseo, pero cuando no le tenemos miedo a ser rechazados ni tenemos la necesidad de ser amados, sabemos que estos “roces” son parte de la vida, que son necesarios para nuestros hijos y, sobre todo, que son disgustos temporales.

 

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2. Miedo al conflicto o a las diferencias de opiniones

 

Otra de las consecuencias de la necesidad de amor y aceptación por parte de los padres, es el miedo al conflicto o a las diferencias de opiniones. No hay nada de malo en tener desacuerdos con otras personas; cada uno de nosotros es un mundo aparte en el que existen sus propias verdades. El problema entonces no es tener verdades encontradas, el problema está en no tener la capacidad de entender que el otro tiene opiniones distintas a las mías y que podemos llegar a acuerdos o a términos medios (sin que eso signifique falta de amor o de aceptación hacia el otro.)

 

Generalmente, los adultos le temen al conflicto porque en su familia experimentaron castigos, consecuencias negativas, vergüenza o rechazos por opinar diferente. El dolor emocional era tan fuerte, que aprendieron a evitar los conflictos y culparon a estos como la fuente de su malestar; cuando en realidad, la fuente de malestar no era el conflicto en sí, sino la falta de herramientas de sus educadores para resolver positiva y amorosamente dicho conflicto. Sin darse cuenta, aceptaron la creencia de que para caer bien y para recibir amor, lo que tenían que hacer era estar de acuerdo; aún cuando ese otro punto de vista no les hiciera sentido (incluso a veces yendo en contra de ellos mismos).

 

Debido a que el conflicto y las diferencias de opinión hacen parte del día a día en las interacciones humanas, es responsabilidad de los padres el enseñarle a sus hijos la manera correcta y respetuosa de solucionarlas. Para esto, un niño debe desarrollar habilidades como la negociación, la escucha, el expresarse de manera serena y respetuosa, la tolerancia, entre muchos otros.

 

¿Cómo va a desarrollar un niño estas habilidades, si nunca tuvo la oportunidad de hacerlo en su casa? Los padres con necesidad de amor y con miedo al rechazo, se ven en exceso afectados por el conflicto; por lo que lo evitan o no están preparados para enseñar a sus hijos a resolverlos.

 

Complementando los dos anteriores, te dejo otros errores de crianza que vienen del miedo a que no nos quieran y de la necesidad de caer bien:

 

– Podemos poner límites, pero nos cuesta mantenerlos. Cuando notamos que el límite está causando demasiada molestia en nuestro hijo, cedemos y permitimos que lo rompa.

 

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– No somos coherentes en los castigos. Permitimos que se los salte antes de cumplirlos.

 

– Intentamos ganarnos su amor comprándoles cosas innecesarias y complaciéndolos en exceso. Con esta actitud fomentamos una personalidad caprichosa y manipuladora en el niño.

 

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– Nos sentimos culpables al haber dicho no o al haber puesto un límite y causado algún tipo de molestia en el niño. Esta culpa nos lleva a compensarlo, por lo que no le permitimos ser resiliente y gestionar sus frustraciones.

 

– El tenerle rechazo a los conflictos, también nos genera ansiedad ante la rivalidad de nuestros hijos, por lo que intervenimos en las peleas de hermanos de manera urgente y reactiva; no permitiéndonos ver con claridad y objetividad las situaciones. Lo ideal es entrar a solucionar las peleas de hermanos sólo cuando sea necesario y con la mayor tranquilidad posible.

 

– Sentimos ansiedad ante cualquier tipo de distanciamiento por parte de los hijos, ya que lo interpretamos como un rechazo. No somos capaces de entender que todas las personas pueden necesitar momentos de soledad e intimidad, así como tener estados de ánimo variables y, por ello, no respetamos dichos momentos tan naturales de la condición humana. Irónicamente, el sentir ansiedad en estos momentos y tratarlos de modificar, genera un rechazo en el niño, que lo aleja aún más. En casos más extremos, los padres interpretan esos momentos del niño como un ataque personal.

 

– Queremos ser su héroe o heroína. Los rescatamos y sobreprotegemos para recibir muestras de amor; así como los ayudamos de más en sus responsabilidades para que de esta manera sientan que nos necesitan. Esto inutiliza al niño y le impide desarrollar habilidades para la vida.

 

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– Por último, dada la incomodidad que sentimos ante los conflictos, en vez de decir NO ante ciertas situaciones necesarias, explicamos demasiado nuestras decisiones para alivianar esa molestia.

 

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Me encantaría que notaras que esta situación es una de las tantas en la que el problema son los padres y no el niño. Es común que los padres lleguen a consulta queriendo que yo erradique las actitudes negativas del niño; pero conforme conversamos, nos damos cuenta que quienes deben trabajar en sí mismos para eliminar el comportamiento de raíz son los mismos padres.

 

Hasta que no trabajes tu miedo a ser rechazado, no podrás educar un hijo de manera firme, enfocado en el respeto de las reglas y la claridad en los límites. Hasta que no trabajes tú mismo la necesidad de caer bien y de recibir amor, privarás a tus hijos de las responsabilidades y habilidades que tanto necesitan para la vida.

 

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