¿Por qué mi hijo se rinde sin intentarlo?
Este artículo decidí escribirlo por una consulta frecuente que recibo de los papás en nuestras Sesiones de Coaching: «mi hijo se rinde sin intentarlo».
Se trata de padres preocupados porque sienten que sus hijos son perezosos, que no tienen altas aspiraciones, o que se rinden antes de intentar cualquier reto. Inicialmente quisiera aclarar que para saber lo que sucede con cada niño, debo hablar antes con él. De todas maneras, una de las causas que descubro comúnmente son las expectativas demasiado altas que de vez en cuando los padres ponen sobre sus hijos.
A continuación te guiaré para que te des cuenta si tienes expectativas muy altas. Luego de esto, te contaré por qué puede ser perjudicial para tus niños y qué tiene que ver con que se rindan sin intentarlo; y por último, te dejaré unas recomendaciones para actuar en cuanto a este tema.
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¿Tengo expectativas muy elevadas sobre mis hijos? Estos tres casos te pueden ayudar a hacerte una idea:
– Exigencia exagerada:
Son padres que quieren que a sus hijos les vaya bien en todo; o más aún, quieren que sean excelentes en todo. Aspiran que sus hijos saquen las mejores calificaciones en todas las materias y adicional a esto que destaquen en algún deporte o arte. Le dan un valor excesivo a los reconocimientos, menciones, medallas, premios etc. que sus niños puedan tener.
– Reforzamiento exagerado de la autoestima:
Reforzar la autoestima de nuestros hijos es fundamental para su vida. Pero reforzarla de manera exagerada puede ser contraproducente. Frases como «¡eres el mejor!», «¡ningún reto es imposible para ti!», «¡sales victorioso de todas las situaciones!», o «¡eres bueno en todo lo que haces!», pueden estar dejando en los niños una sensación de que esperamos más de ellos de lo que pueden dar. Llega el punto en el que sienten que están ‘engañándonos’ porque saben que no son todo eso que estamos diciendo.
– Querer que nuestros hijos sean lo que nosotros no pudimos ser o que continúen con nuestro legado:
Esto es poner aspiraciones sobre nuestros hijos que no son las suyas, sino las nuestras. Ejemplos de esto es querer que estudien en determinada universidad o carrera, que practiquen el deporte o el arte que nosotros queremos, que ellos logren algo que nosotros no pudimos alcanzar, o que continúen con algo que consideramos nuestro legado. En este caso les estamos dando una responsabilidad que no les pertenece.
Si te sentiste identificado con alguna de las anteriores, o de alguna manera crees que tienes expectativas demasiado altas sobre tus hijos, este artículo es para ti.
Te invito a hacer el experimento de preguntarle a un niño o a un grupo de niños qué prefieren ser: «tontos» o «vagos». Con «tonto» me refiero a un niño que no se siente con la suficiente inteligencia o que se siente incapaz de lograr un reto; y con «vago» me refiero a un niño al que no le importan las cosas, que es perezoso y que ni siquiera lo intenta. Te darás cuenta que el 99% de los niños responderán que prefieren ser «vagos». Yo misma he hecho el experimento. Esto es porque para muchos menores el ser «vago» es sinónimo de ser ‘play’ o ‘chévere’. El ser «tonto» no lo es. Y esto pasa con mayor frecuencia en los adolescentes.
Este experimento me lleva al punto que quiero tratar. Si nuestros hijos sienten que les estamos poniendo expectativas demasiado altas y que no pueden alcanzarlas, prefieren directamente no intentarlo (ser «vagos») por encima de intentarlo y demostrar que no son capaces (ser «tontos»); y con mayor razón si sienten que el amor que sentimos por ellos se verá comprometido.
Cabe aclarar que esto no lo hacen de manera consciente, pero sin darse cuenta se derrotan a sí mismos. Es decir que cuando ponemos expectativas demasiado altas sobre nuestros hijos, no les estamos dejando otra opción: elegir entre ser tontos o vagos. No existe un término medio en el que el niño pueda esforzarse sin miedo a fracasar y sin generarnos frustración. Luego los padres, sin darse cuenta de esta dinámica, me preguntan por qué notan a sus hijos tan derrotados y desinteresados ante la vida.
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Para los padres que quieren alguna recomendación al respecto, les dejaré tres sugerencias:
- Aceptar las capacidades de sus hijos:
Está bien ser exigentes con los niños, esto los puede llevar a que se esfuercen y vean que confiamos en sus capacidades. Lo que está mal es pretender que sean los mejores en todo. Nuestros hijos tendrán habilidades en unas áreas y habrá otras en las que no serán tan fuertes. Eso es completamente normal. Nosotros mismos como adultos hemos ido por la vida con fortalezas y con debilidades, sacando partido de lo que se nos da bien y tratando de mejorar o de aceptar lo que no.
¿Por qué pretendemos que nuestros hijos sí sean buenos en todo? Salvo unas muy pocas excepciones eso es imposible. La sugerencia es aceptar sus fortalezas y sus debilidades. Así mismo, sugiero premiar el compromiso, no el resultado. Independiente de todo, lo que vamos a celebrar es el nivel de compromiso y de entrega que tuvo frente a un objetivo; no el resultado en sí.
- Reforzar la autoestima de manera realista:
En vez de ser exagerados cada vez que tratamos de que nuestro hijo se sienta bien, seamos realistas y celebremos sobre los hechos, sobre lo que ya hizo bien, sobre el compromiso que tuvo al realizar cierta actividad, sobre su buen comportamiento, sobre su progreso comparado con él mismo o sobre triunfos anteriores. En vez de decirle que es el mejor del equipo de fútbol, felicítalo por el gol que hizo, por lo que ha mejorado en su estado físico o por lo bueno que es trabajando en equipo. De esta manera, lo estamos motivando sobre hechos puntuales que él mismo puedo corroborar. Eliminamos en él la sensación de que nos está engañando porque sabe que en realidad no es el mejor en todo, ni hace bien todo.
- Nunca ligar amor con resultados:
Hay niños que sienten que sus padres los quieren más cuando les va bien y que los quieren menos cuando les va mal. Cuando tienen buenas calificaciones los papás los abrazan, les dicen que los quieren, les dedican tiempo etc. Pero cuando los resultados no son los esperados, no reciben los mismos cariños. Poco a poco los niños empiezan a relacionar amor con los resultados. Esta es una presión demasiado grande para los niños, porque lo que está en juego no es sólo una calificación; también está en juego algo mucho más importante y es el amor de sus padres. Debemos dejarle claro a nuestros niños (y asegurarnos de que lo entiendan) que independiente de los resultados siempre los vamos a amar.
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Espero que esta reflexión haya sido útil para ti. No dudes hacerme tus consultas o dejarme tus comentarios.
¡Abrazos!